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miércoles, 23 de febrero de 2011

On the road (pero a 110)


Listening Rocket man, Elton John. Californication Soundtrack.
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     Y mañana iremos a Cortes de la Frontera, a un hotelito rural con aire hippy, crema de calabaza, comida ecológica, Diego en medio de la cama. Mañana de nuevo la carretera como un mandala. Pronto, con tanto anuncio de Peak Oil y Mad Max a la vuelta de la esquina, toda esa cultura de la carretera no será más que un clásico, y sólo los millonarios o los suicidas se tragarán los kilómetros aferrados a sus volantes, tal vez con el mismo frenesí por olvidarlo todo con que lo hacen y han hecho los poetas, los fracasados y hasta aquel conserje mustio que nos parecía muerto. Como a los clásicos, lo olvidaremos. Como les pasa a los clásicos, los que vengan después no entenderán demasiado bien a qué se referían los amantes de la carretera. No lo entenderán o entenderán otra cosa. A saber qué.

     Yo fui joven, provinciano, lo que me daba facilidades para sentir la libertad a la primera de cambios. Yo fui joven, cogí un coche y salí en un mísero viaje a la capital de dos horas que a mí me parecía como si hiciera la ruta 66, como si rompiera con todo o enterrara esa herrumbre de sordidez y rutina con que la vida lima y templa el romanticismo y la furia a los dieciocho años. Yo fui joven. A cincuenta y pocos kilómetros de mi ciudad doblaba cuesta arriba por la carretera y de pronto se abría una planicie que a mí me parecía infinita como una promesa indefinida. Gritábamos, subíamos el volumen de la música, y todo nos parecía sublime sin interrupción, como decía Baudelaire. No nos importaba el Renault cuatro latas, igual nos daba que oyéramos la banda sonora de nueve semanas y media o Jean Michel Jarre. Porque lo sublime está en uno, en el corazón, y no en esos tropiezos con el mal gusto. La banda sonora de nueve semanas y media no está mal, en todo caso.
     Y ahora, If you see her say hello, canta Dylan. Ahora nos queda un regusto melancólico, todo está bajo control o no lo está en absoluto. Ahora viajamos mirando el consumo, atentos al crío en su silla. Sólo nos queda el exiguo consuelo de ese volantazo inesperado en el que nos brilla un diente, donde nuestra sonrisa es acerada, criminal. Ahora somos más, sí, porque en el silencio y la calma de los kilómetros – ya nunca aventureros – encerramos el mundo y este es nuestro y está aquilatado por los años y la incomprensión. La melancolía o la adultez son un grado, y en esta tercera o cuarta torcedura de los sentidos y las palabras, somos esos semidioses en los que se transforma aquel joven tras los libros, los viajes, los amores y las mujeres – las que tuvimos y sobre todo las que no -. Ahora, con esa responsabilidad a cuestas de albergar un esquema propio del mundo, añoramos la degradación militar, el olvido y la inconsciencia, anhelamos esa idiocia de la juventud, su frenesí, su imbecilidad alegre y pura, su falta de atención a las consecuencias. Ahora añoramos el acto instantáneo.

     Mañana pensaré estas cosas u otras al volante. Espero no mirar el consumo, ni pensar en la correa de distribución. Mañana soñaré con la madrugada en una sierra ignota donde escribiré otro texto que me haga joven y viejo, otro texto para recorrer ese camino una y otra vez, y cada vez será distinto. Y mientras escribo y siento, la carretera en la mente, adoraré este reino de la confusión al que llamamos vida.

martes, 22 de febrero de 2011

PRESENTACIÓN


Amanece un nuevo día, una nueva semana. Lunes, febrero escurrido cuesta abajo y la misma planicie, como si nada se sucediera salvo que sí, que la vida sigue su goteo, pertinaz, como única coherencia entre los ramos de azares, coloridos o mustios, que nos golpean el rostro al caminar por el suelo incierto de la realidad.
               La realidad.
               La realidad del mundo es completamente no narrativa, dice Vila-Matas, y yo asiento. Se escribe para darle un relato a la existencia, que carece del mismo.


     Hoy empiezo mi blog, pero ya no es Lunes, como dice mi diario, sino un martes soleado de PreCarnaval.
     Soy Cerén, escritor, parado, padre, vivo en una esquina de Europa, donde azotan los vientos y la historia desde hace ya casi 3.000 años. Escribo/Vivo en Cádiz, desde un cerro moro y canalla pero no tanto.
¿Para qué escribo esto?
¿Para qué un blog?
No para acabar con la soledad del escritor, tan necesaria para éste. Me da miedo perderla, que un blog me la quite.
Se escribe para alguien y yo hace demasiado tiempo que escribo para nadie, o casi.
Para eso escribo un blog.
Antes leía muchos, demasiados libros. Ahora, leo internet, navego o vagueo por sus páginas, me pierdo en la marejada de su inmensidad, ya no leo tantos libros, no puedo. El mundo ha cambiado, el mundo es otro, pero es el mismo.
Internet ha cambiado todo, ¿o no?
Yo voy y escribo un blog por si acaso.
Escribo un blog para ti. Y para mí.
Excusatio non petita... ¿?