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lunes, 4 de abril de 2011

CERCAS, MUÑOZ MOLINA Y LA BUENA LITERATURA

Viene a decir Cercas que para ser buen escritor hay que ser buena persona. Nos habla de ejemplos a favor, en contra, de destinos torcidos por la maldad que acabaron con la buena escritura de uno, Miller por ejemplo, que tras ingresar a los cuatro días a su hijo con síndrome de Down porque consideraba que desbarataba su proyecto vital sólo tuvo decadencia en su obra. Destinos que se aúnan y logran, como el de Kenzaburo  Oé y su hijo Hiraki, autista. La historia de Kenzaburo e Hiraki es maravillosa. Luego, en el País el 3 de octubre, Cercas se disculpa diciendo que es un simplismo establecer una relación causa-efecto entre la responsabilidad moral y la decadencia artística de un escritor. Lo que aquí se plantea, sin sutilezas ni medias tintas, es que uno es buen escritor si se porta bien, si tiene un comportamiento ético en su vida; y mal escritor, artista, si no lo hace. No se nos dice si Miller ya era un malvado cuando hizo sus grandes obras, sus éxitos. Tampoco sabemos qué habría sido de Oé sin un hijo autista. No lo sabemos. Tampoco se nos explica, pongamos por caso, por qué no es buena literatura una en la que se retrata la amargura y el sentimiento de culpa por no afrontar un destino difícil. Por qué no es buena literatura aquella que refleja incluso la maldad misma.
               Muñoz Molina, recientemente también en el país, Babelia del 26 de marzo, hace una relación muy parecida. No conoce ningún autor, dice él, que tenga una obra buena y sea buena persona. No es bueno admirar en exceso a casi nadie, dice. Amar demasiado a la literatura es menospreciar la vida, viene a decir. Los artistas que hubiera preferido no conocer ya tampoco me habían gustado por su trabajo. Casi todos los que he conocido después de admirarlos mucho me resultaron cercanos y dignos de afecto y respeto. La frase más contundente es: no he conocido a nadie que me pareciera grande de verdad que fuese un canalla, un chulo o un vanidoso enamorado de sí mismo. En los artistas célebres por su egocentrismo grotesco no conozco ninguno que no esconda una parte de banalidad o de impostura en su obra, por mucho que la canonicen. Toma ya.
               ¿A qué nos huele esto? ¿Moralina, corrección ética en el arte, juicios ad homine? Desde luego no puede decirse fácilmente que estemos hablando de literatura.
               No sé si Miller, pero Henry, mi gran y admirado Henry Miller, era un canalla o qué. Desde luego no me cabe duda de que era egocéntrico, y le tomaba al mundo las medidas con su persona, a pesar de los cientos de personajes que cruzan su obra.  ¿Y qué me dicen de Celine? Sí me da que Muñoz-Molina, Cercas, juzgan las obras por estos criterios, externos, ajenos a la buena literatura, que debe también enseñarnos los demonios y el lado oculto de las cosas. ¿Nos lo van a mostrar ellos, con su pachorra y su papada de progresismo barato y bienpensante? No sé, me da que no. En la bien trabada novela Plenilunio se le alabó a Muñoz Molina el retrato que hacía de un asesino. Pero ya entonces me pareció que cogía el rábano por las hojas, pues la insatisfacción y rabia de aquel hijo de pescadero frustrado e inadaptado es la misma que tienen cientos de personas. Hay algo dentro de ciertas personas que los hace un asesino, no sé qué lo produce, qué lo gesta. Muñoz Molina no supo retratar ese misterio, no supo ir allí. Ahora, con estos comentarios melifluos sobre qué es buena literatura – la escrita por buenas personas, al parecer – entiendo por qué.
Ahora entiendo mejor las obras de estos dos autores, para algo sirven sus artículos, tan mal discurridos en el fondo de la cuestión. Estamos ante literatura de buenas personas, y esto es cierto en sus casos, pues sus obras nos hablan de ética, empatía y bondad, de humanidad. Son buenos escritores. Pero deberían dejar a los malvados, que escriban estos lo que quieran, no meterse así en sus vidas, bastante tienen con lo suyo. Bastante tenemos en general todos con nuestras miserias para que vengan ahora a decirnos que ni siquiera podemos escribirlas, dejar algo bueno de ellas, aunque sea su expresión artística y una mirada a la esencia humana y la realidad más completa.