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viernes, 14 de diciembre de 2012

EL FIN DEL MUNDO


EL FIN DEL MUNDO

            Llega el fin del mundo, Mr. Scrooge, su redención es tardía, compre ya el pavo. Fracasó el fin de milenio, que se lo digan a Paco Rabanne (aunque sigue vendiendo gafas y moda el tío), ni siquiera tuvimos un efecto 2000 que pusiera las cosas en su sitio y el único afectado fue Cascos (o era Trillo?), comiéndose las uvas peladas de lata en su torre de control al mando de un batallón tecnológico para hacer frente a aquella posible parada tecnológica fruto de una burda imprevisión numérica.

            El fin del mundo, el fin de los tiempos. Es un tema común en las profecías religiosas, en la mitología, en la cultura popular. Hasta los cosmólogos se ocupan del destino final, aunque del universo, que para eso son más listos ellos y no se van a entretener con un planeta más, por mucho que sea el propio. Así, Big Freeze, Big Rip, Big Crunch, Big Bounce, Multiverso, Falso Vacío o Niveles indefinidos; todas estas teorías pelean entre sí por comprender el destino final de todo lo conocido.

            Y luego están los Mayas. Los Mayas, claro. Recientemente la NASA ha tenido que aclarar que no habrá fin del mundo el 21 de diciembre. Aguafiestas. Nada va a chocar con nosotros, no nos achicharrará el sol, lo de los polos magnéticos es cosa de risa. Incluso han descubierto unos códices mayas en Guatemala que predicen eclipses y fenómenos astronómicos durante más de 7.000 años, lo que apunta a la falsedad del fin del mundo maya este año. En realidad, dicen, de lo que hablan los mayas es de un cambio de ciclo.

            En fin, que aunque los hoteles en el monte Rtanj (montaña del fin del mundo) en Serbia, estén desbordados para el día 21 nada va a pasar. Nada definitivo, pero sí un cambio de ciclo, ¿no?
 

            Pero a mí el cambio de ciclo me pilla tarde, o precisamente muy preparado. Llevo meses mudando mi piel, apelando a los instintos. Las uñas me crecen más duras y mi mirada es más triste pero más sabia y salvaje. Por mi cuerpo corre sangre nueva. Incluso me he preparado físicamente para este momento. El escozor de la rabia me sacude a ratos, aún no soy libre, ¿quién puede ser libre?, y salgo por la noche a reventar a zarpazos bolsas de basura, algún rostro. Salgo por las noches de caza y alguna que otra vez traigo algo a casa y lo devoro con fruición, con empeño. No soy como el pequeño salvaje de Truffaut. El iba de ida, y esa era su hermosura y la metáfora de lo que la civilización hace con el hombre. Yo estoy de vuelta ya, eso trato.
 
     Otras madrugadas sólo aúllo y miro al mar omnipresente en mi tierra. Yo vivo en Cádiz, una ciudad de costuras espacio-tiempo (quiero escribir sobre esto en otro momento). Aquí das dos pasos y caminas mil años. Saltas de un periodo romano a otro, a los fenicios o el Cádiz de la resistencia del 1800. Vivir en un sitio así te permite entender muchas cosas, entender los ciclos, sí, y que todo suma, de alguna extraña forma, todo es poso o palimpsexto para empezar de nuevo. Aunque nada es nuevo bajo el sol, al mismo tiempo, y llevamos nuestras vidas, con sus cicatrices y escalofríos, sus placeres y temblores de éxtasis, allá donde vamos.
 

            Tal vez el cambio de ciclo sea político, tal vez estalle de una vez toda nuestra estructura económica y podamos reconstruirla a nuestra medida al fin. DRY, el 15-M y todos esos sacerdotes de este nuevo mundo llevan tiempo luchando por ello. Igual el fin del mundo no es sino el fin de este podrido y cruel mundo que se irguió y prosperó alimentándose de sangre y vísceras allá por los felices veinte. Los felices veinte, sí. Menudo frenesí de faldas cortas, boquillas largas y charleston para ahuyentar inútilmente la que se nos venía encima. El crack, la primera, la segunda guerra, cientos de conflictos armados basados en intereses particulares. No voy a contar lo desagradable que ha sido nuestro siglo veinte, con todas sus grandezas humanas individuales aparte, claro. Ya lo hizo adelantándose de una manera magistral Celine. Nadie superará a Celine en eso. Había una copia de su “Viaje al fin de la noche” en la antigua biblioteca de Sevilla y alguien escribió dentro: “Lee a Celine, el mejor escritor en 2000 años”. Igual tenía razón.

            La verdad es que en cierta forma el s. XX ha sido paradójico. Es cuando el hombre ha llegado a lo más alto, cuando ha dado más de sí. Y sin embargo, ese siglo, todo él, no ha sido otra cosa que un fin del mundo a fuego lento, una larga parrilla por la que hemos caminado lentamente para llegar a las puertas del nuevo milenio y empezar a caminar por él tal y como lo estamos haciendo: sin norte, sin fe, sin fuerzas; con las plantas de los pies quemadas y los ojos rojos por el humo y el dolor.

            Lo que nos hace falta es savia nueva, acerar nuestros colmillos, humanizarnos en el amplio sentido de la palabra. Nos hace falta inocencia, pero de la buena, no de la que utilizan para darnos cera un día y otro. Es hora de tender manos y también de destruir y construir al mismo tiempo. Es la hora, es el momento del fauno. Arno Schmitd lo dijo en su libro, cuando volvió la espalda a su tiempo y su negrura para vivir en el bosque como , aparte, aislado. Quería vivir deliberada e intensamente, como Thoreau nos dijo. Eso es lo que necesitamos, reinventar un nuevo Walden. Y que no sea una versión 2.0, por favor.


            A mí, como digo, el fin del mundo, o de ciclo – vayamos admitiéndolo – me pilla nuevo y dispuesto, he mudado mi existencia. Cogeré la mano de mi hijo y caminaré dispuesto hacia lo que este tiempo y toda esa gente que quiere ser y que le dejen ser me lleve. No es, después de todo, mal momento para ello.  Nell mezzo del cammin di nostra vita… que dijo el gran poeta, en otro libro bastante apocalíptico, por cierto. Pero yo no quiero internarme en una selva oscura, salvo que sea imprescindible. Quiero luz, paz y risas, amistad, amor. Quiero jugar y en ese juego compartir nuestra esencia. De selvas oscuras, ya he tenido bastante.
Addenda I: No habrá apocalipsis Maya, pero nos queda, me queda, este apocalipsis y fin de todo que tan socarrona y maravillosamente hizo Javier Krahe. Prueba de que él es un clásico y un sabio, es el acertado título para esta canción y este tema: Eros y civilización.

 

miércoles, 25 de julio de 2012

FRANZEN Y YO: LITERATURA Y VIDA PARA NAÚFRAGOS.


     Franzen: “Había perdido la pista de lo que deseaba, y una persona es eso, precisamente lo que desea, de modo que la conclusión estaba clara: también había perdido la pista de sí mismo.”. La literatura es un espejo de otra vida, pero es un espejo extraño, quebrado sin que se note, donde en esa otra vida aparece en una mixtura engañosa la nuestra. Nos vemos en ese espejo que pertenece a otro, el autor nos mira y nos señala con la potencia de sus frases.

     Así que yo hace tiempo que había perdido la pista de lo que deseaba, y eso es lo que le hace a uno ser lo que es, parafraseando la novela. Y esta soledad, ahora,  es una oportunidad para el presente, para el futuro, pero sobre todo para ese presente inmediato de deseo, voracidad y vida que ya estoy paladeando y tengo que reconocer, a ser posible, desde el primer mordisco. Ahora leo con avidez, con ese hambre que había perdido hace tanto. Y tengo tiempo y espacio, y nadie me distrae de mí, salvo yo mismo. Soy yo, y la inmensidad de un mar de palabras que trastocan la realidad haciéndola otra. La realidad es plana hasta que se ha leído.

Aquí estoy yo, abierto a lo que la noche quiera traerme.


     He vuelto al bosque, como el fauno de Arno Schimdt en medio de la guerra y el caos, para vivir lo verdaderamente importante: el parpadeo de la luz con cada segundo, la sonrisa de mi hijo eternamente atada en un segundo atómico, la suave calidez de una piel que se torna un afán frenético por probar si esa carne guarda espíritu alguno que pueda conocerse, el laberinto de palabras que descifra el mundo para caotizarlo y al mismo tiempo sacarnos brillos, el arrullo bélico de palabras y gestos profundos de esos amigos que lo hacen a uno más de lo que uno es, posiblemente. Creamos la literatura para poder tomarnos en serio la vida, para reírnos de ella, para mirarla con la distancia suficiente.
     Leer libros como “Las correcciones” (¡Felicidades, Buenaventura, por tan magnífica traducción!) es como sentarse a la derecha de dios padre y asistir al relato de la vida misma. Sólo que dios padre tiene un acento que oscila entre la sorna, cierta ironía, y un poder narrativo omnisciente, omnímodo. Lo que Dios padre nos dice, en este y otros majestuosos casos literarios, supera a los propios personajes y su estrecha realidad.
Puedes ver a la joven o a la vieja, pero no ambas,
el todo, al mismo tiempo
      Y es la armazón del relato lo que vuelve todo un cuadrado perfecto. Es como si viéramos todas las piezas en que podríamos descomponer a los Lambert, pero sin que las hubieran sacado de la forma final a la que pertenecen. Como en esas figuras que son dos, pero que sólo podemos ver una cada vez, Franzen riza el artificio con un discurrir de tintes decimonónicos revisados, actuales, vigentes, y aquí vemos las dos imágenes a la vez, vemos el todo, a pesar y a través de las partes; y eso me hace pensar que nunca fuimos tanto, jamás llegamos tan alto y la yema de nuestros dedos es tan clarividente como cuando la larga cadena de unas palabras (734 páginas!) nos marca el cuerpo hasta tatuarlo con una realidad compuesta, viva y cierta que atenaza nuestra mente, liberándola al mismo tiempo.

La soledad es precisa, para que las
palabras se abran camino, calen.
      Los grandes libros carecen de grandes promesas, como la vida misma. A lo más sí encierran una, y con eso pagan su peaje: dame la mano, voy a llevarte fuera hasta hacerte un extraño de ti mismo. Cuando vuelvas, comprenderás muchas cosas, tal vez necesites tiempo para darte cuenta de ello, pero desde que emprendes el viaje dejas de ser el mismo. Lo que traducido significa: lee y vivirás más, y mejor.

Deja que tu hijo te lleve de la mano
por sus lecturas. Aprenderás algo.
 
    Y con todo esto hago crítica y autobiografía y digo que Franzen es magnífico, y que el primer y más grande paso posible para rencontrarse con el deseo y cómo este lo define a uno es la lectura.

¿Leer no es sexy?

     Leer hasta que en el horizonte final de la última página en blanco aparezcamos nosotros de nuevo, regresando del desierto de la otredad, lo total, esa realidad que hemos habitado. El reencuentro está lleno de interrogantes, y ese es el motor del mundo, o más humildemente, el ralentí de la vida.


martes, 1 de mayo de 2012

LA ESCRITURA ES UN ACTO DE CONFIRMACIÓN DE LA EXISTENCIA, PERO CONSUME A LA MISMA

Rafael Reig se levanta todos los días a las cinco para trabajar: escribir, leer, tomar notas, corregir.

     No es el único, no.
  
     En la casa de Tánger de Paul Bowles había fiestas hasta altas horas de la madrugada. Charlas, discusiones, alcohol y muchas pipas de agua cargadas de marrón glacé (leáse cannabis). Pero al amanecer todos se levantaban de las alfombras y los colchones tirados en el suelo, las habitaciones se impregnaban de un denso olor a té, café y tabaco, y al poco vibraban las paredes con la metralla de las máquinas de escribir, los lápices escupían sus virutas afilados en el suelo, y la literatura se abría paso.
 

     La familia de los Lowry aunaba una forma de protestantismo cruel, y desde que eran tiernos adolescentes aquellos calvinistas bebían hasta morir ateridos contra las losas desiguales del suelo del salón. Contaba Malcom que los hermanos recorrían empecinados decenas de kilómetros en sus via crucis de tabernas, y que en cada una caían litros de cerveza, botellas de un wisky denso como un ámbar mercurizado, un plasma extraño que se fusiona con el alma dicen.Pero después de la misa a la que el padre los tenía acostumbrados a todos - a fuerza de restallidos de correa de cuero denso y rugoso - todos se dispersaban y Lowry en silencio pergeñaba borrones confuso con los que no sabía que hacer ni qué significaban, soñaba con barcos, ser marinero, escapar. Y luego trazaba mapas verbales para descifrar estados de ánimos que se desglosaban con el paisaje y la geografía. A Lowry la verbalidad se le escapaba, derramándose más allá de sus fronteras lógicas, impregnándolo todo.

     Yo me creía que una novela se escribía con los ánimos de una noche, dos cervezas, una charla chisposa y la alegría de cuatro frases. Pero se escribe enrabietado con la vida, haciendo un ajuste de cuentas en el que siempre acabas perdiendo, y contando tu historia y también la historia de esa derrota al hacerlo. Se escribía con los huevos prietos, encogidos, las manos sudadas, cierta fiebre y pérdida de la noción del tiempo tras horas tratando de llegar a algo que ya no recuerdas muy bien lo que era. Una novela es un abismo, una sima enorme. Para escribirla, hay que descender, y eso implica un largo camino, tesón, empeño y denuedo. Si empiezas una novela nunca la terminas, tan sólo interrumpes la historia en un punto, para no dejarte la vida en ello. Una novela es peor que una amante, te absorberá hasta el tuétano y te pedirá más, y tras tus mejores armas exhibidas con gran esfuerzo te dirá siempre que eres un pésimo amante, que eres ridículo, que no vales.

     Pero seguirás intentándolo, volverás a caer, como en el amor, porque hace ya tiempo que la vida se fundió con las palabras y no puedes renunciar a esa expresión de lo que te mueve o inquieta, a ese preguntarse sin saber para tratar futilmente de contestarte y perderte en una historia que te dirá cosas de tí que no sabías. Esto, es literatura total, no caben medias tintas.

EL MUNDO COMO VOLUNTAD DE SUPERVIVENCIA

   
      Cuando se está en límite existencial de las cosas, allí donde todas las ideas parecen torcerse - tanto como el espacio tiempo - hasta encontrarse, y son una y lo mismo con su contrario; miras a la vida y sabes que nada tiene en el fondo demasiado sentido.  Entonces es cuando estás cerca de comprender esa tragicomedia del teatro de la existencia que los griegos definieron como un mundo de dioses caprichosos que parecían jugar una partida de ajedrez sin reglas con un grupo de marineros de piel seca y un principio de luz en la frente, un hallazgo que aún se debate en la civilización humana por brillar veintitantos siglos después: la razón.

     En el límite no es exactamente en la sima, sino todo lo contrario.
     En el límite comprendes que hay un paso que puede ser definitivo, y con él cambiarán todas las cosas de alguna forma. Te niegas a ver lo irremediable de esa decisión, porque nos define en lo profundo el miedo al cambio. Al menos al cambio en lo que de verdad nos importa, lo que nos ancla en la vidad o todo lo contrario: aquello que es lo que únicamente nos mueve de verdad.
Somos esos marineros perdidos en el tiempo, perdidos en espacios propios que creemos que conectan con algo. Y cuando lo hacemos, cuando realmente conectamos, es tan excepcional que nos confundimos con esos dioses e incluso creemos superarlos, en nuestra consciencia de ser finitos y limitados, pero llenos de esperanza, afán, empeño. Es la eterna historia de la humanidad, es el viejo y el mar.

     La mayor abdicación que conozco de eso que nos caracteriza es Bartleby, el escribiente. Todos, en algún momento, más a menudo cuando nos pisa la planta descarnada, dura y filosa de los tiempos duros, preferiríamos no hacerlo. Pero uno se levanta entre los restos de la última batalla y con más o menos valentía, planta cara una vez más al porvenir.

sábado, 24 de marzo de 2012

VENDRÁN DÍAS (EL TIEMPO NO LINEAL)

     La extraña materia del tiempo no es desconocida. Juraría que fue ayer cuando me agachaba a colocar de nuevo mi trenecito sobre las vías. Apenas hace un instante que conocía el amor y su humedad misteriosa. De todos los secretos del tiempo no me cabe duda que el más difícil de descifrar es el que nos transita: el presente. Porque, ¿qué es el presente? ¿qué noticias tenemos de él?
    
     Normalmente vamos mecidos por el presente, como en uno de esos sueñecitos que hacemos en un viaje. Despertamos y vemos que han pasado dos horas, doscientos kilómetros, o tal vez unos segundos de inconsciencia. Pero a veces el presente nos ofrece su cara más afilada, y según nos cruza o lo cruzamos nosotros (también ignoro esto) vamos sintiendo como se clava en nuestra carne su hoja y nos va dejando una herida abierta con la que no sabemos qué hacer. La ventaja, eso sí, del presente doloroso es la consciencia, la vida dura pero alerta. Es como si estuvieras siempre saltando fuera de la trinchera, el cotidiano vivir, sabiendo que lloverán balas, que ahí en el descampado te esperan garras afiladas y despiadadas.
     Nadie mantiene un presente así demasiado tiempo. Hay que ser un enfermo, no sé, mantener en vilo un presente que arde como una llama viva quemándote el pecho es algo de lo que se huye y sólo una extraña obsesión mental puede hacer que alguien mire de frente todo eso con el fingimiento del que no se inmuta, a pesar de que por dentro siente que sus visceras se derriten como rocas al contacto con un magma que buye desde el interior de la tierra.
     ¿Qué persona va a querer afrontar tales daños, quién va a dedicarse a rascar las costras duras de las primeras cicatrices para que brote de nuevo el río del dolor? ¿Quién va a creer que puede salirse de un trance así atravesándolo por la mitad, sin atajos, sin trampas para la felicidad tan necesaria, sin consuelos?

     Pero hay personas mal enconadas con la vida, torcidas, con un gesto hondo de pesimismo vital, sea eso lo que quiera que sea. Personas malditas que sacan pecho y al mismo tiempo se crecen en lo adverso, aunque sólo para ellos mismos, como si llevaran la posibilidad de ganar la batalla en secreto. Hay escritores de lo oscuro que trazan sobre el papel un mapa compuesto de frases y palabras en cursiva que no es otra cosa que un plano del alcantarillado por el que corren sus duras horas, las amargas lágrimas o el silencio y la soledad más absolutos. El combinado del tiempo doloroso y estos escritores es extraño, porque hay masoquismo, amor a la soledad que duele, agradecimiento a la consciencia dolorosa de que no hay nada más allá del vivir y el acontecer, y todo es vano y fugaz, y nada tiene demasiado sentido, y moriremos, y no habrá otra que coger todos esos elementos y construirse una vida, o algo que se  le parezca. El tiempo, y las cavilaciones, sentimientos e impulsos que lo salpican, es lo que determinarán ese combinado. Aunque ayuda entender que la vida es eso: fluir, un milagro en equilibrio, una extrañeza; y todo vale en ella - de alguna forma - porque te ha sucedido, está en ti, pasa a formar parte de tu carne, es una hipostasía de tiempo, suceso y yo, donde el individuo acaricia el utópico sueño de ser algo propio al mismo tiempo que entiende que no tiene identidad, vida, control alguno sobre el entorno y lo que pasa. Y no eres nada, más que una luz que parpadea y cree, en cada destello, que es la misma cosa una y otra vez. Pero nada nos dice que perecimos con cada fin de un destello, que lo que nos sucede no guarda conexión, que somos mil y más, y ese hilvane de los tiempos múltiples y los seres que creemos uno no es más que esa vana ilusión que llamamos coherencia, vida, literatura.
     Creemos en la trascendencia, en el sentido de las cosas. Creemos, ingenuamente, en el amor eterno, total. Pero todo se acaba. Todo se acaba y su recuerdo, muy pronto, no es más que otro relato con el que engañarnos en nuestro afán de supervivencia.

martes, 31 de enero de 2012

LA VIDA NO ES NINGUNA NOVELA

        Mil proyectos que convergen en el vacío. 
     Tengo un diario, con su fecha, pongo hasta la hora, y pensamientos que he de creer que pertenecen a la misma persona: a mí. Luego están los relatos, que he dividido en acabados e inconclusos. Estos últimos, mucho más numerosos, algunos, siniestramente olvidados, imposibles de recuperar, de resucitar aquel pálpito de que capturaba algo si conseguía expresarlo.  Se fue el tiempo. No lo expresé, no supe, no quise, no llegué; y ahora, se extinguió el pálpito, la llama primigenia. La inspiración también es eso: que ves algo. Con ella, no haces nada de nada, no sé de qué sirve que te ilumine de esa manera, que te abisme tanto en algo que luego perece. Y lo hace muy rápido, tal y como si nunca hubiera existido.

     De mis escritos varios, lo que más me asusta es abrir un archivo y leerlo sin reconocerme en absoluto, leerlo convencido de que no es mío. He de decir que según pasa el tiempo esto me ocurre más y más a menudo. Claro que tampoco me reconozco apenas en el espejo, ni en la vida que llevo, a veces incluso ni en las cosas que pienso: ¿quién soy yo realmente?


     Tengo proyectos de novelas para aburrir, ninguna acabada por supuesto. El año pasado conseguí escribir más de ciento treinta páginas de una que como suele pasar se gestaba como un cáncer. Yo la seguía, dejándome llevar en una suerte de working progress, ajeno a si escribía pura mierda o algo realmente divertido y lleno de sentido. Era feliz, un mal signo para la obra en cuestión según parece. Me divertía. Una muestra más de la inconsistencia de esta vida es esa: hacer una novela bien trabada, lógica y que llegue bien implica aburrirse, atarearse, afanarse. Porque si escribes en directo, sin intermediarios ni censuras, luego no reconoces gran cosa en el texto. Y eso tú mismo, no digamos el lector.


     Mil frases apuntadas en todo tipo de material perdieron su sentido primero, olvidadas en el tiempo y la memoria, y luego perdieron su existencia, arrojadas a algún contenedor de reciclaje cuando el ordenador acabó por suplir definitivamente todo ese reguero de papelitos que rodeaban a un escritor. Ya no hay papeles, ni agendas, no quedan cuadernos ni post it sobre los folios añadiendo algo al texto. El nuevo formato virtual confunde aún más todo este desorden.


     Una obra así sería impublicable y sin embargo, es el mejor reflejo de eso que constituye la existencia. Porque, qué somos realmente, qué unidad nos contiene, qué indentidad. A veces tengo la sensación de que no hay nada detrás que nos identifique, que cada idea, cada día, somos alguien nuevo, y nuestra coherencia, nuestra memoria y el pasado, no son más que un lastre con el que cargamos pesadamente sin saber demasiado bien qué hacer con él. Como en la obra de Joyce, sobre todo Ulises, sobre todo Finnegans, no hay un director de orquesta que coordine este murmullo de los días. Cada uno va por libre.


     Obedecemos a un prejuicio, la literatura es un daño para la vida, una patraña, porque le da un sentido narrativo a aquello que no lo tiene. Ergo, sin la literatura estamos solos, no sabemos quién somos, no tenemos pasado, no somos nadie, no somos nada. Y esa es la pura verdad.


    Antes la vida de lector era más intensa, más cierta, y daba un color nítido a la existencia, que era breve, un chispazo de sol y alegría entre la ceguera de cientos y cientos de páginas de consistente relato lineal. Pero internet ha acabado con ello. Ahora estamos en la nube, y mil fragmentos nos salpican el cerebro, ya no sabemos bien quién dijo esto o aquello, y menos aún por qué lo dijo, cuándo, a cuento de qué. No sabemos si viene o va, ni por qué leímos eso siquiera. Yo  no lo sé. El esqueleto de quitina, duro y cierto, del relato de un libro, se nos antoja ahora demasiada realidad para poder digerirla. Tal vez la web es la muerte de la novela, de la literatura, quiero decir. Ya sólo nos queda el gafapastismo, la pirueta verbal y ese golpe de muñeca que nos quedó, el antebrazo moreno por las horas interminables bajo el flexo. El escritor se ha quedado solo y mudo ante la verdad. La verdad, sí, no es esa voz templada del diecinueve cargada de fe y optimismo. La verdad es confusión, caos - aunque éste no es más que otra forma de orden, ¿no? -. La verdad es cuántica, al parecer, y no hay dios que la entienda.


     La versión popular de la obra de Joyce es un foro soez en cualquier lugar de la web, allí donde mil voces intervienen a veces en un diálogo de besugos, otras tratando de contestar la pregunta de alguien cuatro comentarios más arribas, aclarando las dudas de otro más abajo sin saberlo, todo interconectado, plano, simple, efectivo. Duro, pero irreal. No sabemos qué hacer con ello, es vacuo, pero nos atrae. La verdad es Facebook, un laberinto de muros interconectados, un mar de voces, millones mensajes, un exiguo recuadro para nuestro rostro, poco espacio para la intimidad, ninguno para el silencio, tan necesario para comprender. No hay nada que entender, y el hombre virtual lo asume, lo vive, es fiel a esa esquizofrenia que descuartiza la cultura de veinte siglos.


     Todo está cambiando, y hay que temer que para peor.
     Todo está lleno de posibilidades, pero somos como niños, y cualquiera que haya sido padre sabe que a los niños no hay que darles opciones, porque se pierden.

     ¿Es esto un lamento nostálgico?
     ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?
      No. No hay nostalgia, sino constatación brutal del presente, sic.
     Esta es una extraña decadencia, una decadencia mixta, una decadencia que no lo es, pero que es peor y profunda también.
    

domingo, 8 de enero de 2012

THE SEVERED GARDEN (mierda y muerte)

    Amanece un nuevo día. Qué frase para que fuera cierta, pero a mí, como decía Carlos Herrera una vez en la radio, "me han hablado bien de los amaneceres", poco más sé de ellos. De hecho, son las doce menos cuarto y me acabo de levantar
     Hoy tengo cuerpo de existencialista, de apocalíptico, y por alguna extraña asociación, me vienen ideas escatológicas a raíz de ello. No es tan extraño, me corrijo. Cosas de las que no se hablan, cosas que no nos gustan: el pis, la mierda, el sudor, las uñas cortadas, ...la muerte. En forma de fluidos, de materia informe, vamos perdiéndonos en el camino, dejamos un rastro como un caracol, una estela de baba brillante como la silueta del brazo de una estrella, ese sudor estelar que muestra como el trazo instantáneo de un meteoro nuestro paso por la vida. Después de todo eso somos, ya se dijo: polvo de estrellas. Es repugnante, pero sólo porque forma parte de esa vulnerabilidad que nos caracteriza, sólo porque denuncia nuestra composición, nuestro olor, nuestra caducidad y eficiencia energética.
     Visité hace poco "El museo del jamón", en Aracena. Allí te explican eso de la conversión cárnica, es decir: cuánto tienes que comer para engordar una arroba. Esto vale para mí, vale para todos, pensé. Los seres humanos también tenemos un índice de conversión cárnica, pero no lo utilizamos, no nos comemos unos a otros, por ahora.
     Esa, la conversión cárnica humana, es una forma más de señalar nuestro caduco carácter material, nuestra pertenencia a un reino animal organizado con nosotros en la punta de la pirámide. También es un índice de nuestra finitud que la cantidad de comida que ingerimos suele ser inversamente proporcional a los años que tenemos. A más años, menos comemos. Ahora, con cuarenta tacos, como casi la mitad que a mis desaforados veinte. Con ochenta o así, no comeré nada, tiendo a lo infinitesimal, estaré muerto ya.

     Una última y algo extraña asociación entorno a la muerte, sobre la muerte y la mierda. Cuando mi hijo ya había cumplido los dos años empezaron en la guardería con el control de esfínteres. Poco a poco, buscando el ritmo interno que cada niño lleva cifrado en su naturaleza a modo de sello propio, mi hijo aprendió a controlar el pipí. Pero con la caca no había manera. Pasaron los meses y la cosa era de flagrante delito: todos los niños controlaban ya la caca menos el mío, vaya por dios. En la guardería lo acusaban de vago, de abstraído (no sé que tiene eso de malo), de hacerlo para llamar la atención (como si no quisiéramos llamarla todos, tímida o descaradamente). Pero algo no me cuadraba: ¿el pipí sí la caca no? ¿Por qué cuando lo sentaba casi se ponía a llorar y tal y como le ponía la ropa se lo hacía de inmediato encima? Finalmente me puse a investigar y abrí ese laboratorio de la vida, la existencia y todo el anecdotario de lo existente; ese laboratorio, biblioteca, sala de cine, de prensa, zona de cotilleos y muro de las lamentaciones, ese oximoron del universo que crece y crece sin parar hasta que un día nos trague: abrí Google. Y allí descubrí, tras indagar un rato, que algunos niños sienten pavor a defecar por un motivo que me parece de lo más existencialista, un primer encuentro con el miedo a la muerte: los niños piensan que esa caca que se separa de su cuerpo es una parte de ellos, de su cuerpo; y creen que es una parte insustituible, que no volverán a tenerla. Es algo minoritario, poco frecuente, pero pasa, y a mi hijo le pasaba. El truco para solucionarlo fue fácil, obvio, por eso me costó trabajo encontrarlo, pero lo que me interesa aquí es señalar la conexión entre ese acto escatológico y la muerte.
Mierda de artista, de Piero Manzoni
     En mi caso, como en el de muchos, supongo, comienzo el día con un ritual de muerte completo. De natural hablador, me levanto mudo, ensimismado, y me gusta estar así algunas horas. Me preparo un café pero a veces no llego a terminar de ponerlo en la taza cuando la llamada de esa parte de mi cuerpo que quiere despedirse de mí me impele a ir al retrete. Y soy de esos que cuando aún no se han sentado en la taza ya pueden levantarse, limpiarse y volver a por su café. Soy de los rápidos, de los que sueltan lastre a toda pastilla. Esa es una clasificación posible de una actitud humana hacia la muerte: estreñidos o sueltos de vientre. El estreñido pelea para deshacerse de aquello, el suelto para mantenerlo dentro. Finalmente, ambos pelean inútilmente.
     Uno nunca sabe qué le traerá el nuevo año. Propósitos, promesas o simplemente una vaga esperanza de que nada cambie. A mí, un par de días después de la bacanal consumista de los reyes, me ha traído este extraño post que no sé a qué viene. Un post lleno de mierda, muerte y absurdas conexiones. Pero aún así voy a darle al botón de publicar. Pido perdón a los olfatos sensibles, quiero compensar al amable lector (me dirijo a vosotros como lo hacía Dostoyeski: amable lector, caro lector) así que le regalo este poema vitalista pero lleno de melancolía en su adagio. Este poema que acaba con una negación absurda (I will no go), pero hermosa por su inocencia y afirmación vital. Porque no hay mejor resumen de lo que debería de ser la vida que ese, una fiesta de amigos. Para disfrutarlo plenamente, pulsa antes de leerlo el vídeo de Youtube.


         
They are waiting to take us into
the severed garden
Do you know how pale and wanton thrillful
comes death on a strange hour
unannounced, unplanned for
like a scaring over-friendly guest you've
brought to bed
Death makes angels of us all
and gives us wings
where we had shoulders
smooth as raven's
claws

No more money, no more fancy dress
This other kingdom seems by far the best
until it's other jaw reveals incest
and loose obedience to a vegetable law.

I will not go
Prefer a Feast of Friends
To the Giant Family.


Traducción:

Esperan para llevarnos
al jardín apartado
¿Sabes lo pálida y estremecedora
que a una extraña hora llega la muerte?
Sin anunciarse, sin planear,
como una terrorífica amiga a la que
has llevado a tu cama.
La muerte nos convierte en ángeles
y nos da alas,
allí donde teníamos hombros,
suaves como las mandíbulas
de un cuervo.


No más dinero ni disfraces,
este otro reino parece con mucho el mejor
hasta que su otra mandíbula revela el incesto
y abandona toda su obediencia a una ley vegetal.


No iré.
Prefiero una fiesta de amigos
a la Gran Familia.