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martes, 1 de mayo de 2012

EL MUNDO COMO VOLUNTAD DE SUPERVIVENCIA

   
      Cuando se está en límite existencial de las cosas, allí donde todas las ideas parecen torcerse - tanto como el espacio tiempo - hasta encontrarse, y son una y lo mismo con su contrario; miras a la vida y sabes que nada tiene en el fondo demasiado sentido.  Entonces es cuando estás cerca de comprender esa tragicomedia del teatro de la existencia que los griegos definieron como un mundo de dioses caprichosos que parecían jugar una partida de ajedrez sin reglas con un grupo de marineros de piel seca y un principio de luz en la frente, un hallazgo que aún se debate en la civilización humana por brillar veintitantos siglos después: la razón.

     En el límite no es exactamente en la sima, sino todo lo contrario.
     En el límite comprendes que hay un paso que puede ser definitivo, y con él cambiarán todas las cosas de alguna forma. Te niegas a ver lo irremediable de esa decisión, porque nos define en lo profundo el miedo al cambio. Al menos al cambio en lo que de verdad nos importa, lo que nos ancla en la vidad o todo lo contrario: aquello que es lo que únicamente nos mueve de verdad.
Somos esos marineros perdidos en el tiempo, perdidos en espacios propios que creemos que conectan con algo. Y cuando lo hacemos, cuando realmente conectamos, es tan excepcional que nos confundimos con esos dioses e incluso creemos superarlos, en nuestra consciencia de ser finitos y limitados, pero llenos de esperanza, afán, empeño. Es la eterna historia de la humanidad, es el viejo y el mar.

     La mayor abdicación que conozco de eso que nos caracteriza es Bartleby, el escribiente. Todos, en algún momento, más a menudo cuando nos pisa la planta descarnada, dura y filosa de los tiempos duros, preferiríamos no hacerlo. Pero uno se levanta entre los restos de la última batalla y con más o menos valentía, planta cara una vez más al porvenir.

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