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miércoles, 25 de julio de 2012

FRANZEN Y YO: LITERATURA Y VIDA PARA NAÚFRAGOS.


     Franzen: “Había perdido la pista de lo que deseaba, y una persona es eso, precisamente lo que desea, de modo que la conclusión estaba clara: también había perdido la pista de sí mismo.”. La literatura es un espejo de otra vida, pero es un espejo extraño, quebrado sin que se note, donde en esa otra vida aparece en una mixtura engañosa la nuestra. Nos vemos en ese espejo que pertenece a otro, el autor nos mira y nos señala con la potencia de sus frases.

     Así que yo hace tiempo que había perdido la pista de lo que deseaba, y eso es lo que le hace a uno ser lo que es, parafraseando la novela. Y esta soledad, ahora,  es una oportunidad para el presente, para el futuro, pero sobre todo para ese presente inmediato de deseo, voracidad y vida que ya estoy paladeando y tengo que reconocer, a ser posible, desde el primer mordisco. Ahora leo con avidez, con ese hambre que había perdido hace tanto. Y tengo tiempo y espacio, y nadie me distrae de mí, salvo yo mismo. Soy yo, y la inmensidad de un mar de palabras que trastocan la realidad haciéndola otra. La realidad es plana hasta que se ha leído.

Aquí estoy yo, abierto a lo que la noche quiera traerme.


     He vuelto al bosque, como el fauno de Arno Schimdt en medio de la guerra y el caos, para vivir lo verdaderamente importante: el parpadeo de la luz con cada segundo, la sonrisa de mi hijo eternamente atada en un segundo atómico, la suave calidez de una piel que se torna un afán frenético por probar si esa carne guarda espíritu alguno que pueda conocerse, el laberinto de palabras que descifra el mundo para caotizarlo y al mismo tiempo sacarnos brillos, el arrullo bélico de palabras y gestos profundos de esos amigos que lo hacen a uno más de lo que uno es, posiblemente. Creamos la literatura para poder tomarnos en serio la vida, para reírnos de ella, para mirarla con la distancia suficiente.
     Leer libros como “Las correcciones” (¡Felicidades, Buenaventura, por tan magnífica traducción!) es como sentarse a la derecha de dios padre y asistir al relato de la vida misma. Sólo que dios padre tiene un acento que oscila entre la sorna, cierta ironía, y un poder narrativo omnisciente, omnímodo. Lo que Dios padre nos dice, en este y otros majestuosos casos literarios, supera a los propios personajes y su estrecha realidad.
Puedes ver a la joven o a la vieja, pero no ambas,
el todo, al mismo tiempo
      Y es la armazón del relato lo que vuelve todo un cuadrado perfecto. Es como si viéramos todas las piezas en que podríamos descomponer a los Lambert, pero sin que las hubieran sacado de la forma final a la que pertenecen. Como en esas figuras que son dos, pero que sólo podemos ver una cada vez, Franzen riza el artificio con un discurrir de tintes decimonónicos revisados, actuales, vigentes, y aquí vemos las dos imágenes a la vez, vemos el todo, a pesar y a través de las partes; y eso me hace pensar que nunca fuimos tanto, jamás llegamos tan alto y la yema de nuestros dedos es tan clarividente como cuando la larga cadena de unas palabras (734 páginas!) nos marca el cuerpo hasta tatuarlo con una realidad compuesta, viva y cierta que atenaza nuestra mente, liberándola al mismo tiempo.

La soledad es precisa, para que las
palabras se abran camino, calen.
      Los grandes libros carecen de grandes promesas, como la vida misma. A lo más sí encierran una, y con eso pagan su peaje: dame la mano, voy a llevarte fuera hasta hacerte un extraño de ti mismo. Cuando vuelvas, comprenderás muchas cosas, tal vez necesites tiempo para darte cuenta de ello, pero desde que emprendes el viaje dejas de ser el mismo. Lo que traducido significa: lee y vivirás más, y mejor.

Deja que tu hijo te lleve de la mano
por sus lecturas. Aprenderás algo.
 
    Y con todo esto hago crítica y autobiografía y digo que Franzen es magnífico, y que el primer y más grande paso posible para rencontrarse con el deseo y cómo este lo define a uno es la lectura.

¿Leer no es sexy?

     Leer hasta que en el horizonte final de la última página en blanco aparezcamos nosotros de nuevo, regresando del desierto de la otredad, lo total, esa realidad que hemos habitado. El reencuentro está lleno de interrogantes, y ese es el motor del mundo, o más humildemente, el ralentí de la vida.