ENGLISH

martes, 9 de abril de 2013

EN LA CASA (DANS LA MAISON)



            
                Acabo de ver una película que me ha fascinado. En la casa, efectivamente, es su título, y me ha sorprendido, divertido, atraído enormemente. He sentido el aliento cortante de la aventura, el adentramiento y al mismo tiempo la ligereza y la risa suave de la comedia de la vida, he convivido con la locura de este film y he comprendido que es la misma locura que alienta la vida. Sin ella, sin esta locura, la vida carece de sentido. Esa locura, cómo no, se llama literatura.


                François Ozon, con unos tintes a lo Chabrol a ratos pero sin caer nunca en su tenebrismo ni en su sicopatía, nos rasga el velo de lo cotidiano con la mirada de un sorprendente personaje detenida sobre una familia prototípica francesa de clase media. Y es que tenía que ser francesa esta película, por su análisis y repulsa, conjugadas al mismo tiempo con cierta subyugación hacia ese segmento social que representa el ideal europeo y francés de la civilización. La clase media nos representa y da sentido, es como el molde de nuestro existir y nuestra concepción de cómo ha de ser la vida. Muchas cosas hay contenidas en un concepto de algo de lo que puede dudarse de que exista incluso.


                Pero la película no es un análisis sociológico ni entraña una crítica desgarrada y profunda como sí ocurre en Chabrol. Tampoco es un bullir psicoanalítico de las fuerzas internas mermadas por la cultura y la civilización. La película transcurre en un planear delicioso por el acontecer de las cosas y sólo a ratos parece rozar esto y algunas posibilidades más. La película es eso, un rosario de posibilidades, de lo posible, de la existencia. Tal vez por eso a veces la vida de esos personajes nos parece de papel, irreal fuera de la escritura, de su relato. Esta es una historia no de la existencia, finalmente, sino de la narración de la misma y de este hecho como el único que otorga sentido a la misma. Y es también, en consecuencia, un canto a ese poderoso hallazgo, una mirada a la mirada, en ese cruce entre alumno que mira una historia, una familia, y profesor que mira la historia y es absorbido por ella, y al mismo tiempo es cautivado por su narrador. Y es que todos, en esta historias, son cautivados en algún momento por el narrador, él tiene el poder.

                La historia nos presenta también a ese alumno que ningún profesor puede imaginar ni creer, pero que cuando lo conozca se convertirá, con toda probabilidad, en su fantasía más secreta e improbable, su mayor anhelo, tan deseada que ella por sí sola se justificará a sí misma, tan agradable y zalamera que forma parte como una vuelta más en este bullir de historias en espiral, de este canto a las historias y el poder de narrar. Porque esta es la historia del alumno que es profesor, y maestro y desvelador de una realidad que domina al profesor. Y cuando éste lo coge de la mano para guiarlo, y entra en su historia, ya no sabemos quién lleva a quién.



                Porque de eso trata esta película, del poder de la literatura, de su fuerza, de su capacidad para ensalzar no, para encarnar la vida como la propia vida parece no hacer. La literatura es mirada y experiencia, no subraya, sino que crea y da sentido a una serie de gestos y acontecimientos que muy a menudo están desposeídos de toda historia por sí mismos.


                La literatura es un juego de Voyeurs. Y el profesor es un voyeur y un enamorado de la mirada y trata de incluir la suya propia en la historia de Claude, sin poder evitar caer una y otra vez en el hechizo de esas redacciones que le van llegando a cuentagotas dándole el aire necesario para respirar lo justo hasta la próxima entrega. La mirada de Claude es a veces fría, pero descubrimos poco a poco en ella cómo se va contaminando y llenando de su propia historia y su descubrir. Y cuanto la historia se acaba viene otra más, y otra.


                Hay al final varios finales posibles, y se nos ofrece el borrador de cada uno brevemente, pero es el final infinito de la escritura, de lo posible y de la germinación de una nueva historia lo que salva y aleja esta película de un final a lo Chabrol (y era fácil caer en esa tentación, yo la temía a ratos). Hay igualmente, no podía ser de otra forma, la perdición de sus protagonistas, que ya han caído para siempre dentro de la narración, y esto les cambiará para siempre.


                La película es metaliteraria y meta-artística también, y en ella vemos una burla a buena parte del arte contemporáneo actual por su incapacidad para captar justamente lo que la historia reclama como el mayor poder del arte, y más concretamente del arte literario: la fascinación de la narración. Igualmente, hay una burla y una constante puesta en solfa de la crítica literaria y de ciertos preceptos y prejuicios que tratan de hacerse axiomas en un lugar donde los axiomas no tienen lugar, no tienen sentido. Y así, el profesor es al mismo tiempo víctima de esta narración extraordinaria e inesperada, y trata de ser verdugo y crítico de la misma para acabar, de una u otra forma, formando parte del relato y siendo devorado por el mismo.


Un reguero de títulos transitan, todos ellos grandes obras (no he podido evitar reconocerme en alguno, como el estudiante Torless, especialmente), hasta que finalmente el profesor es golpeado por el paroxismo de la historia y su mujer en la cabeza con un contundente tomo de “Viaje al fin de la noche”. Y no creo que sea gratuito el título escogido, aunque a modo de broma, porque hay pocas historias tan alejadas de ese terrible  y grandísimo libro como ésta llena de gracilidad, amabilidad y cierta tristeza socarrona (vaya oxímoron). Pero no es gratuito, no, porque el fin de una historia se aproxima, y ahora que darle un final que no es más que el comienzo de otra nueva historia.

                En su mirada cotidiana de algo aparentemente banal, y en un mundo banal y cada vez más desposeído de palabras para narrarlo, el matrimonio compuesto por el profesor y la galerista reciben el impacto de las redacciones de Claude y yo recuerdo esa cita que siempre me puede de Kafka: “un libro ha de ser un hacha para el mar helado que alberga nuestra cabeza”.



                Al final, profesor y alumnos están enfermos, infectados por la misma forma de locura, esa desviación, ese extraño atajo larguísimo que nos sirve no sólo para entender o inventar, sino principalmente para vivir la vida: la literatura. La literatura es la “ventana indiscreta” (al ver el final lo entenderéis), el ojo hipnótico que da espíritu a la existencia. Y al activar ese ojo participamos de ella, entramos en contacto directo con ese invento de difícil definición y aún peor posibilidad de captación al que llamamos realidad.



1 comentario: