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viernes, 12 de abril de 2013

PROMISED LAND II



NOCHES DE SOL  


(en las zonas septentrionales en ciertas épocas del año el sol no llega a ponerse nunca, y hay puestas de sol que se convierten de inmediato en amaneceres, exactamente lo mismo que en las noches de pasión)




Como en todas las cosas por estrenar la primera vez el sabor no existe, no está, o está, sí, pero aturden las papilas el trallido del corazón, igual que aturde a los tímpanos haciéndoles creer que esto es la selva, que estás perdido, y que en algún lugar retumban los tambores de tu tribu, de tu gente, de ese lugar que creías perdido. Al fin perteneces a algo.

            Luego los tambores van apagándose, descansas, tu corazón se acompasa y tus pupilas se abren. Caes en el primer sueño junto a esa piel y su calidez es la tuya, y compartes su humedad, donde es pegajosa eres pegajoso, donde es suave no puedes evitar reconfortarte tras la batalla, y donde el frío la encrespa pasas la mano para cuidar el terreno en barbecho. Y entiendes que el lugar al que perteneces es esa piel, esa confusión donde tus límites corporales no están claros, ese estar en que una postura es incómoda hasta el dolor, pero no quieres moverte para no alterar esa fusión. Y claro que tarde o temprano acabas por moverte, o si no se mueve ella y es como si un miembro fantasma sacudiera inesperadamente tu cuerpo.


            Y puede que en algún momento abra sus ojos en medio de la noche y los veas brillar, como Sirio, la estrella, brilla azul en la madrugada. Puede que tu mirada y la suya se crucen en el sueño entre la pálida luz, echados así, con las extremidades cruzadas en todos los sentidos como leños ardiendo sobre vuestros cuerpos. Y esa mirada es un vistazo instantáneo al último y más secreto aliento, ese con el que cada uno se acurruca en las noches llenas de silencio y frío. Y cuando pasa, no es raro que ambos cuerpos se entremezclen y giren, se crucen, liberen y vuelvan a cruzarse, buscando otra forma de encajar en el sueño así, unidos. A veces eso excita la piel, que está electrizada por la mirada honda y suplicante que surgió de entre los sueños. A veces excita y entonces empieza de nuevo la topografía corpórea, esa que consigue poco a poco sacarle las medidas al terreno. Y este responde, y todo es empezar otra vez, como si ambas pieles para poder descansar unidas tuvieran que sofocar incendios provocados que surgen aquí y allá cada cierto tiempo. Sólo que a cada paso la piel va adquiriendo un sabor más cierto y jugoso.

            Pero otras, los ojos se quedan clavados unos segundos y hay unos labios que se acercan y un ahondarse en el sueño a través de ellos. Caes en picado y una vez dentro todo es un nuevo juego de confusión, donde no puedes diferenciar ni saber dónde sueñas tú, dónde te sueña ella.


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