NOCHES
DE SOL
(en
las zonas septentrionales en ciertas épocas del año el sol no llega a ponerse
nunca, y hay puestas de sol que se convierten de inmediato en amaneceres,
exactamente lo mismo que en las noches de pasión)
Como en todas las cosas por estrenar la
primera vez el sabor no existe, no está, o está, sí, pero aturden las papilas
el trallido del corazón, igual que aturde a los tímpanos haciéndoles creer que
esto es la selva, que estás perdido, y que en algún lugar retumban los tambores
de tu tribu, de tu gente, de ese lugar que creías perdido. Al fin perteneces a
algo.
Luego los tambores van apagándose,
descansas, tu corazón se acompasa y tus pupilas se abren. Caes en el primer
sueño junto a esa piel y su calidez es la tuya, y compartes su humedad, donde
es pegajosa eres pegajoso, donde es suave no puedes evitar reconfortarte tras
la batalla, y donde el frío la encrespa pasas la mano para cuidar el terreno en
barbecho. Y entiendes que el lugar al que perteneces es esa piel, esa confusión
donde tus límites corporales no están claros, ese estar en que una postura es
incómoda hasta el dolor, pero no quieres moverte para no alterar esa fusión. Y
claro que tarde o temprano acabas por moverte, o si no se mueve ella y es como
si un miembro fantasma sacudiera inesperadamente tu cuerpo.
Y puede que en algún momento abra
sus ojos en medio de la noche y los veas brillar, como Sirio, la estrella, brilla azul en la madrugada. Puede que tu mirada y la suya
se crucen en el sueño entre la pálida luz, echados así, con las extremidades
cruzadas en todos los sentidos como leños ardiendo sobre vuestros cuerpos. Y
esa mirada es un vistazo instantáneo al último y más secreto aliento, ese con
el que cada uno se acurruca en las noches llenas de silencio y frío. Y cuando
pasa, no es raro que ambos cuerpos se entremezclen y giren, se crucen, liberen
y vuelvan a cruzarse, buscando otra forma de encajar en el sueño así, unidos. A
veces eso excita la piel, que está electrizada por la mirada honda y suplicante
que surgió de entre los sueños. A veces excita y entonces empieza de nuevo la
topografía corpórea, esa que consigue poco a poco sacarle las medidas al
terreno. Y este responde, y todo es empezar otra vez, como si ambas pieles para
poder descansar unidas tuvieran que sofocar incendios provocados que surgen
aquí y allá cada cierto tiempo. Sólo que a cada paso la piel va adquiriendo un
sabor más cierto y jugoso.
Pero otras, los ojos se quedan
clavados unos segundos y hay unos labios que se acercan y un ahondarse en el
sueño a través de ellos. Caes en picado y una vez dentro todo es un nuevo juego
de confusión, donde no puedes diferenciar ni saber dónde sueñas tú, dónde te
sueña ella.
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