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viernes, 10 de mayo de 2013

CONSCIENCIA


 
I'm giving you a night call to tell you how I feel
I want to drive you through the night, down the hills
I'm gonna tell you something you don't want to hear
I'm gonna show you where it's dark, but have no fear

There's something inside you
It's hard to explain
They're talking about you boy
But you're still the same


     Me pregunto cómo es posible habitar esferas tan distintas, sensibilidades tan alejadas, necesidades que se expresan de forma tan diferente. Cómo encontrarse en otro espacio, y ver al fondo en perspectiva a otro extraño y resultar ser éste alguien con quien vivimos de veras, o creímos hacerlo (que viene a ser lo mismo).

     Por un momento me resulta sobrecogedor. Sí, por un momento, duro y frío, es sobrecogedor, no cabe duda. Aunque luego, no es preciso pensarlo mucho, la edad, la experiencia y mi mirada presente, me hacen comprender que en esto justamente consiste la vida. Cada vez, con miedo e incomprensión a menudo, con un dejar hacer, fluir, estar, vivir otras – atrapando a duras penas el instante y sacándole brillo – comprendo más y más que la vida se nos escapa, en el tiempo, cuando caiga en cascada con el último ocaso; y que mientras, cada segundo es un relámpago entre dos nadas y sólo nuestro afán puede dar sentido al bosque de luces. Sólo nuestro afán, si es ese su empeño. Tal vez es mejor habitar esas luces, recoger su calor, beber su luz, y luego, seguir la vida. Yo, por si acaso, donde veo una mano tendida ahí me agarro.

    Y estos pequeños encuentros, éste escrito, esas frases entre dos copas, veladas, son la máxima expresión, en nuestra vida cotidiana, de eso que ha sido mi máxima aspiración durante tanto tiempo: la consciencia de estar vivos, nuestra experiencia, ser y estar, vivir.

martes, 7 de mayo de 2013

HÁBLAME, COMO YO TE HABLO, AL FIN.



        Quiero escribirte a ti, a ti, para quien antes eran casi todas mis palabras, todos mis designios eran una lucha contra ti, a contrapelo contigo. No hice otra cosa que friccionarme con la realidad, no otra que erosionar mi piel con el vértigo de los días dejando que estos se aquietaran un instante con mucho esfuerzo, dándoles el mejor de mis susurros, dejando el alma en ello para aspirar ese aroma fresco de la quietud, poder sentir que era real, que estoy vivo, que todo está pasando, aquí y ahora.

    Te escribía muchas veces, sin saberlo, a todas horas, en cualquier momento. Al principio en servilletas, sobre una carpeta, con rotulador sobre un papel lleno de letras que trataban de fundirse a mi mensaje, en el antebrazo, una vez en la espalda de mi amor, otra en la yema de un dedo – con tinta, al final un borrón, lo más bello que compuse -, también en la arena de la orilla – donde también se borraba la frase sin que nadie la leyera –, y por supuesto en una corteza de árbol, una pared encalada, una hoja sepia o en el pétalo de un gladiolo que se secó y quebró dándome un crujido como eco en el pecho.

Hasta que más tarde me entregué al repiqueteo y esta ebriedad del teclado y el parpadeo. Con el ordenador, no me di cuenta al principio, los primeros años; descubrí claramente que era lo escrito lo que me hablaba a mí y que realmente muy a menudo, sobre todo en estos escritos de tú a tú, no sabía qué estaba escribiendo muy bien, qué era lo que tenía que decir. Claro, era el texto el que me decía, no yo. Pero igual seguí escribiendo. Nunca muy seguido, jamás con ningún tipo de método. El único método que he seguido es dejar que se abra la herida y mane sangre hasta quedarse sin fuerzas y formarse una costra de lacre agrietado que me dolía a morir. Luego, otro día, el lacre saltaba y volvía a salirme otra carta para ti, para ti, demonio.




          No sé cuántas letras, cuántas frases, cuantos mensajes habré enviado; siempre desde mi más pura y estricta soledad, siempre o casi siempre en la noche. A veces era de día vale, pero como la noche, cerrada, negra, silenciosa, llena en otras ocasiones de mil canciones y mil nanas que encontraba para tratar inútilmente de abrigar mi fría soledad, mi corazón helado que latía y se quebraba como el cristal frío al contacto con una lágrima que hierve.

          Y a ratos, me iba, tal vez me perdía, creo que me iba sin más. Porque tenía que descansar de ti, porque tengo que alejarme de ti, poner tierra y palabras de por medio. Si palabras una vez más, siempre palabras, y siempre dar largos paseos y apasionarme por algo y exprimirlo hasta obtener la última gota que contuviera. No lo sabía, ¿lo saben ustedes?, el corazón no es sino un músculo que exprime, el corazón helicoidal no es sino una fregona que recoge nuestra sangre y la regresa una y otra vez. Va, limpia, vuelve, va, limpia, vuelve.

         Pero siempre, inevitablemente, vuelvo a ti, no me queda otra, pues eres - pura y pesada realidad como un metal al frío - lo único que de verdad tengo. Y vuelvo, sí, y te abofeteo, te acaricio, y te miro y veo cosas que no me gustan, no me gustan nada, esto es así. Pero he aprendido a quererte, a estar contigo, a cubrirme con tu piel y sentir calor y sonreír en mi más pura y estricta soledad, contigo. Nuestros corazones laten cada vez más al unísono, y me siento bien en tu piel. Así que cada vez más somos uno. Tal vez a fuerza de escribirte me he encontrado y reconozco en esa figura y ese mirar triste que de pronto brilla y quiere matar la vida a pulso, con cada latido. Beber perdiendo por las comisuras, apresurarse o degustar en calma, con cada papila, estar en ti, como tú estás en mí, y te ríes y eres amable con mi locura y mis frases y mi pasión y mi bestia negra y mi bondad agreste y mi incapacidad para estar quieto dentro tuya. Mi miseria, mi aburrimiento en los detalles, mi inutilidad, mi desajuste, mi incompetencia, mi falta de ritmo para con la vida y sus quehaceres, mi entretenimiento secreto.

        Así que tal vez seamos, o casi, una pareja bien avenida tú y yo. Después de todo, es este el cuerpo que tenemos, para habitar tú, yo y otros que no nombro, y somos ese al que todos nombran, y confunden con uno y creen, que es coherente, que es claro, y que tiene claro qué significa este mundo y nuestra extraña existencia. Pero no, nada de eso es cierto, y ni yo ni nadie tenemos claro nada, ni nada es coherente, o no lo suficiente para mi ansía de que lo sea. Y no importa, qué más da, esto es la vida, apúrate, trágatela, es todo lo que tienes.