Rutina de lunes, primero de julio, para sentirse vivo
Madruga
un poco, sin excesos, toma tu café, toma tu droga, bichea en la pantalla
táctil, escarba las frases con que amas, con que quieres, con que alientas.
Luego,
inaugura el día para tu alma, alza las persianas, ponle la música más suave, el
aire que entre quedo y fresco, con ese estertor de la noche que agonizó ya
ausente, con ese crujir de día a estrenar, blanco, caliente y glorioso.
Minutos
para que tu alma despierte, es lo que necesita. Minutos de retozo. Acaríciale
la espalda a tu alma y haz sobre ella, entre dibujos y garabatos, el contorno de
las palabras que no te atreves a decirle. Escribe, escríbele a tu alma, y
mientras, que ella al menos sienta que lo estás haciendo y que estás ahí con
ella.
Vístete
y viste a tu alma, fuera legañas, ese remolino abajo. Sal a la calle y en este
orden: recoge un objeto querido, encuentra algo perdido, cómprate algo para ti,
que sea tuyo, que puedas ponerte y que te ayude a tenerte en pié cuando tu alma
te falte.
Luego,
lleva a tu alma a las puertas del paraíso y sírvele el desayuno mirando las
olas, la tierra como polvo infinitesimal cubierto de canela, el chiringuito
crujiendo sus maderas para empezar el día, los turistas que atraviesan el paseo
del hotel a la playa, de la playa al hotel, insinuando en sus pasos los
primeros bostezos con que vuelven a la realidad sin rutina.
Comparte
un secreto, una lección, y mira tan largo como puedas a tu alma, que desayuna
concentrada entre tantas atenciones. Sabes bien que tu alma no es tuya, pero
que no puedes vivir sin ella.
Pasea
de regreso, poco a poco, y siente plomo en los pies, la
cristalización de la sangre y la boca seca. Tus gestos se crispan y tú luchas
por aparentar otra cosa diferente.
Ha sido
una mañana preciosa e igual podrías morir esta misma tarde y todo,
absolutamente todo, habría valido la pena, porque te hace ser tú. Es sólo que
tú no puedes morir, ni hacer dramas, ni patalear siquiera, porque tienes alma,
y el alma requiere todos tus cuidados.
De tener que morir, en todo caso,
sin aspavientos digo esto, todos tenemos que morir, no lo olvidemos; de tener
que irme y elegir un momento entre todos los de mi vida, uno entre muchos
momentos en que me amaron, quisieron, quise y amé hasta la histeria, la risa
pura, el dolor en pedazos, la carcajada y la complicidad infinitas de la
amistad, la mirada y el tiempo de esos que comparten tu sangre, etc, etc… de
tener que elegir, disculpen los aludidos, disculpas a mí mismo que tengo tantos
secretos y tantas erupciones, tantos tesoros y miserias; de tener que elegir,
digo, voy a elegir, decididamente, esta mañana. Y lo haré porque hasta hoy,
mañana Dios dirá, ha sido la última que he compartido con mi alma.
Finalmente, al pie de un árbol,
sentado en un banco, despídete de tu alma, dale un abrazo y siente su
escualidez, tu alma es un verdadero caparazón de pollo, apenas da de sí para un
caldito, y sin embargo, es todo para ti. Despídete hasta otra, y deja que se desgaje, siente como si te arrancaran el alma
– es lo que está ocurriéndote – y comprende que nada te hará sentir tan vivo
como esto, nada te hará comprender y
vivir a un mismo tiempo en pura síntesis que estás vivo, que has vivido. Por
muy triste que sea, encierra dentro una gran alegría (esto es malegría, como me
recuerda un amigo, qué gran hallazgo esta palabra), porque tu alma está ahí, en
alguna parte, y volverá a ti o tú volverás a ella, pero ella estará bien. Es sólo que ahora ha de
ausentarse, y esto no es nada, aunque por momentos no sepas cómo vivir sin
alma.
“Malegria es esa dulce y a la vez amarga emoción que se tiene cuando la
alegría y la melancolía se funden en una sola sensación, cuando todo
parece ir bien, pero no cómo más nos gustaría. Es lo que sientes cuando
la mujer a la que amas no está a tu lado, pero sabes que es feliz, o
cuando un ser querido muere, pero no volverá a sufrir. Para nosotros no
todo está bien, pero por mucho que queramos, no podría ir mejor. Ante
eso, lo mejor es hacerse a la idea, resignarse”.