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sábado, 6 de septiembre de 2014

La invención de Hugo: todos tenemos un propósito.

    
     Hay para mí cierto paralelismo entre esta película e Inteligencia Artificial. Historias muy buenas ambas donde la película no ha conseguido lograrse, no está redondeada. Tal vez, de hecho, Inteligencia Artificial es más lograda, pero su historia (una revisión de Pinocho que lo mejora) es inevitablemente más predecible.
     Scorsese se recrea en la belleza de los escenarios, y en toda una maquinaria de escenografía puesta en marcha, pero eso, en mi opinión, va en contra de la película.

     Sin embargo, hay historias en esta película que me han cautivado por su fuerza y su belleza, tanto como espectador, como terapeuta, y como persona.

     La primera es la historia de ese niño huérfano que se identifica con las máquinas de relojería y precisión, la historia de un niño solitario y abandonado a su suerte que nos dice que todos tenemos un propósito, y nuestra primera misión es averiguar cuál es éste. Rizando el rizo, de este concepto, y llevando la belleza de la historia de esta película a su culmen, aparece el diseñador de destinos, el mayor logro y belleza de esta película: el autómata. Un autómata que es capaz de escribir gracias a sus complejos mecanismos internos, pero que está estropeado, y que su padre no pudo arreglar antes de morir. El niño ha asumido tan excesiva tarea porque entiende que cuando el autómata esté en marcha y escriba le mandará un mensaje de su padre, y en ese mensaje estará cifrado su destino. No es hermoso?

   
  Mientras el autómata es reparado el destino ya se ha puesto en marcha, está siendo reparado a un mismo tiempo. Porque es la misma reparación del autómota la que lleva a Hugo a encontrarse con él, igual que a todos nosotros la propia búsqueda del nuestro destino nos introduce sin saberlo desde el comienzo dentro de él. Y como una caja dentro de otra caja, esta película de sueños y maquinarias nos habla de George Melies, del cine, del olvido, del fracaso, del arte, de la belleza, y del último sentido por el que hacemos las cosas. Hay una pequeña historia del cine dentro de esta película, y un homenaje a esos visionarios, Melies a la cabeza, que entendieron que una cámara abría un mundo de posibilidades más allá de ver llegar un tren a una estación.

La última de esas cajas está en manos de Isabelle, pero es un secreto sobre su destino que no conoceremos hasta el final de la película.

La película me invita y sugiere reflexiones sobre la vida, el destino que hacemos, el sentido y el propósito que tenemos. Desde ese conocimiento, todos los personajes de la película, ¿y de la vida?, tienen un propósito y por él se mueven, articulan sus pequeños afanes y vanidades, sus pasiones y deseos.

Y para guinda del pastel, la película nos regala un bibliotecario que es un dios, encarnado por Christopher Lee, al frente de una librería que es un sueño más.



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